Durante
el Siglo de Oro la fijación del idioma había progresado mucho, pero los
preceptos gramaticales habían tenido escasa influencia reguladora. Desde el
siglo XVIII la elección es menos libre; se siente el peso de la literatura
anterior. Sobre la estética gravita la idea de corrección gramatical y se
acelera el proceso de estabilización emprendido por la lengua literaria desde
Alfonso el Sabio. La evolución del idioma no se detuvo en ningún momento, lo
cual se percibe en el lenguaje escrito que, con ser tan conservador, revela una
constante renovación, aún más intensa que el hablado, a juzgar por la
literatura. Las novedades y vulgarismos tropiezan desde el siglo XVIII con la
barrera de normas establecidas que son muy lentas en sus concesiones.
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